El profesor
D. José Enrique Campillo Álvarez, catedrático jubilado de Fisiología,
perteneciente a la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura,
escribió un precioso libro al que tituló “La
cadera de Eva”, publicado por la Editorial Planeta. Y al adentrarnos en sus
páginas vamos viendo la evolución de nuestra especie y cómo ha evolucionado
gracias a la peculiar pelvis que nuestra hembra ha ido desarrollando, con lo
que eso implica cara al embarazo y parto de unas criaturas indefensas.
Según el profesor Campillo, el estudio de la
fisiología del placer sexual nos lleva a concluir que, el fin de la elección de
un compañero sexual adecuado es la cópula, con el objetivo de crear un
individuo portador de nuestros genes, que hará perpetuar la especie y nuestra
genética.
La bipedestación ha modificado la disposición de la
vagina, que se abre hacia adelante, con una clara posición ventral de la vulva,
lo que permite la cópula cara a cara y, si tras la eyaculación permanece
tumbada boca arriba, el semen se deslizará hacia el útero gracias a la gravedad
y las contracciones vaginales y uterinas que se producen tras el orgasmo,
ocasionando una “succión” del esperma. Mientras que, en cualquier hembra de
mamífero, cuando camina a cuatro patas, su vagina se dispone en un plano
horizontal, ligeramente inclinada hacia abajo, por lo que tras la eyaculación
se facilita que, por la gravedad, el semen descienda hacia el cuello uterino.
En cuanto al orgasmo femenino, a diferencia con el
del varón, ella no precisa de un período refractario. ¿Y qué importancia tiene
este detalle? Pues que permite a la mujer tener varios orgasmos consecutivos.
¿Para qué, sólo para tener más placer? Pues según el profesor Campillo, “la
razón evolutiva de esta diferencia puede estar al servicio de la promiscuidad
de la hembra y la competencia espermática. Así, en nuestros antecesores, esta
ausencia de periodo refractario en la hembra favorecía la posibilidad de
recibir a otro macho inmediatamente después de que el anterior hubiese dejado
el sitio libre”.
La función “aspirativa”, que ejercen las
contracciones vaginales y uterinas sobre el semen, hace que se tengan más
posibilidades de retener el esperma de aquél varón que haya desencadenado un
orgasmo en la mujer. Y esto explica el hecho de que el orgasmo del hombre y la
mujer casi nunca estén coordinados. Lo habitual es que sea más precoz y breve
en el hombre y, más tardío y mantenido en la mujer. Y, esto, que origina problemas
en muchas parejas, también podría tener una razón evolutiva en la especie
humana. Así, si pensamos en nuestros ancestros, si el varón hubiera tenido una
eyaculación tardía, también hubiera habido más problemas para fecundar a la
hembra. ¿Por qué? Pues, “porque la hembra con un orgasmo precoz podría dar por
finalizado el coito antes de que él hubiera eyaculado y, en consecuencia,
tendría menos posibilidades de tener descendencia y perpetuar la especie. Este
último comportamiento fue el seleccionado por la evolución. Un vestigio de esta
adaptación es la tendencia que tienen algunos hombres a la eyaculación precoz”.
Como vemos, la eyaculación precoz no es una
enfermedad, sino restos evolutivos de nuestra especie que, gracias a
tratamiento psicológico y/o farmacológico, puede ayudar a un mejor
comportamiento sexual de la pareja.